Cuanto más reducido sea nuestro vocabulario emocional, no sólo nos quedaremos mudos en lo que se refiere a las emociones, sino también sordos y ciegos : mudo, porque no podremos hablar acerca de nuestros sentimientos ; sordos, porque no podremos prestar oídos a nuestro mundo emocional ; ciegos, porque no percibiremos las emociones de los demás.
LLAMAR A LAS EMOCIONES POR SU NOMBRE
Florián tiene un año. Está construyendo una torre con cubos de madera. Cuando la torre se derrumba, el pequeño se echa a llorar. Su madre lo toma en brazos y le dice : 'Ya sé que ahora estás muy enojado'. Al hacerlo, adopta la misma expresión del rostro de su pequeño hijo.
La madre da un nombre a la emoción de su hijo mucho antes de que éste ni siquiera sepa hablar. De esta manera, va aportándole conceptos que el niño puede relacionar con la experiencia emocional que está sintiendo. Mientras lo hace, también ella adopta una e xpresión facial que manifiesta enojo. En el rostro de la madre, Florian puede comprobar qué aspecto tiene el enojo. Cuando estos procesos se repiten, el niño aprende poco a poco que el enfado siempre produce la misma emoción y tiene el mismo aspecto : puede relacionar la palabra con una determinada imagen : se pone una 'etiqueta' a la emoción, se le da un nombre. Si la madre (o el padre) no verbalizara las emociones del niño y no le comunicara también -siempre que fuera posible- sus propias emociones, el vocabulario del niño, tanto activo como pasivo, tendrá considerables lagunas en el ámbito emocional.
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